plumajes y cuerpos. el orgullo en carnaval
En
el principio eran tan sólo treinta raros y valientes quienes, el 26 de julio de
1978, en el marco de la marcha por el aniversario de la Revolución Cubana,
integraban un Frente de Liberación Homosexual de México. Y el mundo aún estaba
en tinieblas, apenas un brote de arcoíris atravesaba tímidamente los
continentes. Y la sociedad se escandalizaba por los “desviados”, y vieron los maricones
que mostrarse era necesario y dijeron al año siguiente: “Sea una marcha de
orgullo homosexual por la erradicación de las razzias”. Y fue la primera
marcha LGBTTTI+ en México.
La piedra que lanzó Marsha P.
Johnson contra la represión policial hacia personas no normativas en la redada
de Stonewall el 28 de junio de 1969 significó el sedimento de un castillo que,
con las décadas, ha reforzado y elevado otras torres. En México, desde finales
de los 70 presenciamos, año con año, la Marcha del orgullo LGBTTTI+ cada vez
con más asistentes que, entre consignas, exigencias, risas, disfraces, desnudos
y muchos colores, muestran las distintas orientaciones e identidades sexuales.
Pero son esas últimas expresiones (la alegría en risa, el orgullo en disfraz,
el ser en el desnudo y la diversidad en los colores) en las que quiero ahondar
en esta ocasión.
Con frecuencia, aquellos que se
resisten a entender que el mundo ha transitado en mentalidad e ideologías,
dicen sobre la Marcha: “son jotos bailando y pervirtiendo”; “son desviados que
no tienen respeto por ellos ni por los otros al salir desnudos”; “parece un
carnaval sin sentido y sin un orgullo”. Además de que estas típicas frases muestran
una extrema ignorancia al unificar a todos los asistentes en jotos, pues ni
siquiera saben la diferencia entre lesbianas, bisexuales, personas trans e
intersexuales, hay un segundo elemento que desestabiliza la normativa de esa
gente: el baile, el desnudo, las risas, en suma, el carnaval. Incluso, entre algunos
integrantes del movimiento LGBTTTI+ existe el cuestionamiento de que la Marcha se
ha convertido sólo en una fiesta carnal y que no es un espacio de demanda
social y política.
Ante eso último, debo ser honesto de
que, por mucho tiempo, fui uno de aquellos que criticaban con severidad la
Marcha, negándome a ir a lo que yo llamaba un frívolo desfile sin conciencia
social. Afortunadamente la vida me ha demostrado otras perspectivas y, en un viaje
de difícil pero grata reflexión, tengo otras ideas. Hoy, por eso, deseo
discutir qué tan provechoso es que la Marcha LGBTTTI+ contenga ese trasfondo
carnavalesco; ¿en qué beneficia a nuestras causas sociales y políticas?; ¿en
verdad ayuda a detener la discriminación que día con día vivimos en México y en
el mundo?
La idea del carnaval medieval tuvo
en Mijail Bajtin una teorización por demás iluminadora y reivindicativa para
comprender los significados sociales y populares del evento. Por su parte,
Judith Butler confrontó las ideas de la sociedad sobre los géneros sexuales y
destacó la performatividad de los cuerpos como forma de resistencia a la norma.
Deseo congregar ambas teorías con el afán de reflexionar acerca de la fiesta y
la corporeidad en la Marcha LGBTTTI+.
Durante la Edad Media, un recurrente
pensamiento acerca del cuerpo era que éste constituía la cárcel del alma, ya
que los placeres sexuales despertaban en los humanos su instinto animal,
alejándolo de su don racional, otorgado por Dios. El cuerpo, entonces, carecía
de cualquier sentido de orgullo, así que evitar la penosa desnudez era esencial
para cualquiera. Aunque han pasado siglos del fin del Medievo, la raigambre
cristiana continúa permeando la mentalidad del presente. Juzgar la Marcha
LGBTTTI+ por exhibicionista es una extensión de pensar la desnudez y a los
cuerpos como factores de vergüenza y prohibición. Ya Michel Foucault advertía
que a la sociedad debía protegérsele de dos peligros: la locura y la
sexualidad, ésta última pensada como la perversión del ser humano.
En efecto, la imposición de las
ideas oficiales sobre el pecado del cuerpo y su expresión, provenientes de la
Iglesia medieval, dominaron para la posteridad; pero para el segundo mundo y
la segunda vida que el carnaval permitía, tanto el cuerpo, como sus
gestos y vestimentas, significaban la burla a los poderes, a su concepción
seria y rígida de la vida. Bien puntualiza Bajtin que el carnaval era el mundo
al revés, donde los excesos estaban permitidos; donde el pueblo imponía sus reglas
al jugar a ser nobles y la risa rompía con su sonido la opresión de la
cotidianidad en la normalidad. En suma, el carnaval es un acto, más que de
participación, de vivencia para todo el pueblo; un lugar sin límite, donde la
máxima autoridad es la libertad. Entonces ¿Qué tan lejos de eso está la Marcha
LGBTTTI+? O, de manera reivindicativa, me pregunto: ¿Qué tan perjudicial es que
se catalogue nuestro evento como un carnaval?
En el carnaval medieval los
asistentes estaban en una atmósfera de igualdad, la abolición de los
privilegios en ese evento permitía el contacto entre individuos; entonces se creaba
un mundo con sus propias leyes. En tanto, la Marcha LGBTTTI+, con nuestros
colores, vestimentas y felicidad de ser nosotros, ha abierto un espacio sin
restricciones, un segundo mundo donde dominan el orgullo y la alegría, una restitución del amor propio a través
de nuestros cuerpos; un lugar donde cabemos todos, hasta los
heterosexuales. Ahí valemos lo mismo y, aunque los contingentes demuestran la
diversidad entre lesbianas, gais, bisexuales, transgéneros, transexuales,
travestis e intersexuales, al final rompemos con la inferioridad con la que
pretenden concebirnos cotidianamente.
El
acto de marchar en caravanas emplumadas y en rítmicos contingentes nos ha
valido el término de carnavalescos, calificativo que, en vez de denostarnos, constituye
la afirmación del lugar idóneo de la rebeldía. Sin embargo ¿Qué pasa con
nuestros cuerpos?, ¿aparecer disfrazados, pintados o desnudos es sinónimo de no
respetar nuestra dignidad? Me remito de nueva cuenta al carnaval medieval,
donde los disfraces y máscaras eran esenciales para el bullicio de la libertad.
Bajtin puntualiza, por ejemplo, que el cuerpo en el carnaval (dotado de colores
y deformaciones faciales y de identidad), significó una manera de mostrar dos
cuerpos en uno: el que muestra vida, pero es momentáneo y, en contraste, el
concebido, aquél con el que existimos desde el nacimiento. De manera que
podemos notar dos lapsos del ser disfrazado: por un lado, el que efímeramente
es feliz y, por otro, el que, bajo las telas, pinturas y máscaras, oculta su identidad
real con la que se muestra a diario.
Creo
poder nutrir la idea con los postulados de Judith Butler, cuando en El
género en disputa afirma, partiendo de las teorías de Lacan, que la máscara
del ser posee funciones de melancolía, en tanto que introduce y utiliza una
identificación dentro y sobre el cuerpo, una significación encima del Otro
rechazado. El diálogo entre las propuestas de Bajtin y Butler sobre el otro
enmascarado permiten notar la protección de un individuo vulnerable del
rechazo. Pero considero que en la Marcha LGBTTTI+ los disfraces y las máscaras
tienen un distinto sentido, uno que adquiere poder gracias a los cuerpos. Si
como dice Bajtin, en el carnaval medieval la gente se vestía de otro ente
posible, por el contrario, en la Marcha el disfraz, o su contraparte, el
desnudo, son el poder de uno mismo: quien es el que es y quiere ser el resto de
los días. No es tomar un papel momentáneo de lesbiana, gay, bisexual, persona
trans o intersexual; no es degradarnos
al salir pintados o sin ropa, es mostrar nuestras identidades sexuales
con orgullo, opacando la norma opresora.
Cierto
es que rebasamos los límites impuestos de la sociedad, sus correctos
comportamientos ante el pudor, pero en ello radica una parte de la transgresión
de la Marcha. Butler también afirma que si el cuerpo, un lugar donde reside el
sistema social, presenta algún acto no regulado de las normas, entonces se
convierte en un espacio de contaminación y peligro; de ahí que toda
homosexualidad o identidad no acorde al género asignado al nacer, representen
lo “antinatural”. Es aquí donde se suman dos formaciones ideológicas de la
sociedad: el pecado del cuerpo y el peligro de que éste no encaje en los
márgenes aceptados de la “normalidad”.
El
cuerpo es resistencia, es el pergamino donde yacen las historias del
descubrimiento de nuestras orientaciones e identidades, donde también existen
cicatrices de los rechazos, las burlas, los golpes y violaciones ¿Cómo no
mostrarlo?, ¿cómo no enseñar a la sociedad la forma en que han contaminado nuestra
libertad a ser felices fuera de los márgenes del cuerpo aceptado? Así entonces,
tres instrumentos demandan nuestras exigencias políticas y sociales en la
Marcha LGBTTTI+: pancartas, vestimentas y nuestros cuerpos. A ellos se suma otro
elemento de resonancia: la risa. Por la avenida de Reforma distintas son las
consignas que gritamos a la sociedad, algunas exigiendo justicia, denunciando muertos
y desaparecidos, pero existen otras que apelan a la diversión, a la sátira, a
veces reapropiándonos de aquellas palabras con las que pretenden discriminarnos
en la cotidianidad (lencha, joto, vestida, hermafrodita, etc). Con eso, surgen
nuestras risas en los contingentes. “¡Ni ellos se respetan!” Algún ciudadano
dice por afuera, pero es que no entiende el efecto de sonreír.
Para
Bajtin, la risa constituye una pieza típica del carnaval, con la que se destruye la seriedad del
mundo y libera la imaginación. Resulta válido decir entonces que nuestra risa
carnavalesca en la Marcha es un arma letal, un proyectil con el que atacamos la
seriedad de la sociedad apática hacia cualquier diversidad. El orgullo es
festejar y reírnos de los apelativos hacia nosotros, porque lo que esa palabra
en otros días puede causar tristeza y hasta humillación, en la Marcha, entre
todos, la convertimos en consigna para mofarnos, la exhibimos en el aire, la
quemamos entre risas potentes. No es causal que durante la Edad Media la risa
fuera asimilada al Diablo, a ese otro rebelde que transgrede los márgenes de la
seriedad. Como sucedía con el cuerpo, la risa despertaba los bajos instintos humanos.
Sin
embargo, Bajtin reivindica el acto: “la risa popular ambivalente expresa una
opinión sobre un mundo en plena evolución en el que están incluidos los que
ríen”[1]. En la risa cabemos todos
y, es por ello que, en la Marcha, al reír y festejar, nos incluimos en un mundo
que, pese a algunos, se modifica. Nuestro carnaval, en efecto, contiene
exhibición de colores, singulares vestimentas, desnudos y carcajadas y nada de
eso está vacío de resistencia, discurso y orgullo. No sorprende que logremos
incomodar a los espectadores, algunos de ellos dudosos y temerosos en
descubrirse entre nosotros. Sí, somos un peligro y una llamada tentadora a la
aceptación y la libertad. Bien describe Norberto Chaves que el asco que
generamos en algunos heterosexuales es motivo de alejamiento y, por ende,
desconocimiento: “El mundo homosexual, lejano y enigmático, aparece entonces
como aquellos monstruos descritos fantasiosamente por los marinos del Medioevo
[…] El mundo homosexual, visto desde la acera de enfrente, por los viandantes,
muestra la imagen distorsionada de un lugar entre peligroso y tentador”[2]. Desde la distancia, somos
para los espectadores un carnaval, repleto por las más extrañas criaturas (cortesía
de los Bestiarios medievales), con una gama de colores y corporalidades nunca
imaginadas. Asimismo, constituimos un carnaval que destapa los instintos
reprimidos de los espectadores, sean sexuales o tan sólo de experimentar la
libertad.
Hemos
salido de las prisiones de la sociedad, lo que en un inicio fue una manifestación
de treinta personas, ahora es de miles. Hemos conquistado no sólo las calles
durante la Marcha LGBTTTI+, sino también el orgullo y la alegría. Mostrarnos
tal cual somos, con la diversidad de nuestros cuerpos, vestimentas y colores nos
llama a la vida. Una existencia de la cual nos reímos, a veces por felicidad,
otras para degradar la discriminación que todos padecemos. Mientras que el
carnaval medieval era una posibilidad de un mundo utópico, nuestra
Marcha-carnaval debe aspirar a ir más allá, a canalizar la libertad y el
orgullo a la cotidianidad. Luchamos por un mundo no utópico, sino por el que merecemos.
Las consignas políticas y sociales no han muerto en el día del orgullo
LGBTTTI+, ahí estuvieron y estarán: en los primeros carteles, en nuestras voces
y llantos, en nuestros colores, plumajes y cuerpos, en nuestras desafiantes
risas. Una poderosa frase tallada en cada expresión para siempre: No hay
libertad política si no hay libertad sexual.
BAJTIN, Mijail, La cultura popular en
la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais, Julio
Forcat y César Conroy (trs.), Madrid, Alianza, 1988.
BUTLER, Judith, El género en disputa.
El feminismo y la subversión de la identidad, Ma. Antonia Muñoz (tr.),
Barcelona, Paidós, 2007.
CHAVES, Norberto, La homosexualidad
imaginada. Vigencia y ocaso de un tabú, Madrid, Maia Ediciones, 2009.
FOUCAULT, Michel, La sexualidad seguido
de El discurso de la sexualidad, Horacio Pons (tr.), Buenos Aires, Siglo
XXI, 2021.
[1]
Mijail Bajtin, La cultura
popular en la Edad Media, p. 17.
[2]
Norberto Chaves, La
homosexualidad imaginada, p. 48.