Breve
relato de mi vida
Escribir
lo que soy en este momento es de lo más difícil que he considerado para mis
letras. Sobre todo si se trata de mi vida con respecto a mi sexualidad. Hablar
de todas mis experiencias equivaldría a hacer todo un libro y no sólo un breve
relato, como lo he señalado en el título; pero ha sido tanta mi inquietud por
recordar aquellos tiempos, que me he decidido por escribir, al menos, los
primeros años y experiencias que significaron para mí un gran peso para que yo
decidiera cuál sería mi vida sentimental.
Aunque bien he cierto que en estos últimos
años de mi vida me he arrepentido por tal decisión, porque me he convencido que
yo no nací para vivir en ese mundo en que el hombre ama a otro hombre, por ser
mi caso muy diferente al de todos ellos; por otro lado, el relatar cómo se
conformó ese gusto es en suma importante, porque como lo dije antes, éste
significó una gran decisión en mi vida, tal vez la más grande de todas.
Desde chiquito siempre tuve una cierta
curiosidad cuando veía a mis otros compañeros. Esa curiosidad me era en verdad
extraña, y lo es ahora más, porque ni yo mismo sé cómo describirla en este
escrito. En fin, que cuando yo contaba con 5 o 6 años y me encontraba en el
preescolar, había conmigo una gran cantidad de niños, más que niñas. No
recuerdo bien si eso se debía a que yo estuviera en una escuela únicamente para
hombres, pero lo cierto era que compartía mi mayor tiempo con niños, y aquello
tuvo una consecuencia en mí.
No recuerdo con certeza qué era lo que yo
sentía, y aún incluso si eso que sentía lo sentía sólo con un compañero en específico,
o con varios. El hecho es que había conmigo otro niño, blanco y con cabello muy
corto, que siempre quería estar a mi lado.
Recuerdo que alguna vez nos hicieron
sentarnos en una pequeña mesa para almorzar, en nuestra mesa había otros dos
niños a nuestro lado, pero mi amigo inseparable estaba justo enfrente de mí.
Ambos comíamos y nos veíamos, pero de pronto, yo no sé por qué, y por esto pido
disculpas a quien pudiera empezar a leer esto con malos ojos después de lo que
diré, pero una curiosidad invadió mi ser. No sé si quería ver la reacción de mi
amigo, o si mi intención era otra, pero en fin que como él estaba usando en ese
momento un pantalón corto, yo me atreví a tocarle su rodilla por unos segundos,
él tan sólo me observó fijamente, pero no dejó de comer. Los otros compañeros
nunca se dieron cuenta de ello.
Cuando hice eso, y cuando le quité mi mano,
me sentí raro, tal vez en cierto modo culpable de lo que había hecho, la mirada
de mi amigo había sido de extrañeza, y aquello me causaba miedo, tenía miedo de
lo que él fuera a hacer o decir después de lo que yo había hecho. Recuerdo que
tiempo después a que comimos, mi mamá me recogió y ya no pude saber la reacción
de mi amigo.
Sin embargo, cuando regresé a la escuela –
aunque debo añadir que, como mencioné al principio, ni yo estoy seguro, pues mi
memoria no me permite recordar, de que el siguiente niño haya sido también mi
amigo – ese compañero a quien le toqué la rodilla no dejó de estar a mi lado,
al contrario, había ocasiones en que cuando regresábamos a nuestro salón él me
hacía quedar hasta atrás de todos para entonces abrazarme y tomarme de la mano.
Yo no sé si aquello lo hacía con un motivo en
específico, aunque yo lo dudo mucho, porque seguramente, tanto él, como yo, tan
sólo estábamos en esos juegos de niños tan comunes a esa edad, en que la
curiosidad gana, y que el querer saber lo que se siente tomar de la mano a otro
es algo inocente, y que no conlleva algún gusto o un sentimiento en específico.
En fin, que mucho tiempo pasó en el que mi
compañero y yo hacíamos esas cosas, hasta que llegó el momento en que nos
separamos, y pues sería magnífico recordar qué fue lo que pasó entre nosotros
cuando nos despedimos, pero me resulta imposible querer recordar tal
acontecimiento. Total que después de ese primer contacto, años pasaron en que
no volví a acercarme así a otro niño. Durante ese tiempo parecía que se me
había olvidado el que yo hubiera hecho eso con otro de mi mismo género.
Esos años pasaron inadvertidos, excepto el
primero, cuando recién me había alejado de mi compañero. Cuando cumplí los 6
años y me negaron la entrada a la primaria por mi fecha de nacimiento, mi
estadía en casa fue diaria. En mi familia, aunque antes eran cristianos, nunca
me educaron con fervor en esa religión, sin embargo, yo a veces veía la imagen
de Jesús clavado en la cruz y tenía ciertos pensamientos, pensamientos que
muchos de los que leen esto los tomarán enfermos y extraños, pero esa es mi
verdad, y si ha de existir un Dios semejante al que pregona la cristiandad, no
he de pedirle disculpas por lo que pensé, porque yo sé que él me ha de entender
no sólo por la edad que tenía en ese momento, sino también por lo que en mi
mente había, porque si él es el creador de todos, entonces debe saber también
lo que todos sentimos, por tanto nada le es ajeno, mucho menos lo que yo
sentía.
Pero pues volviendo al tema de lo que yo
pensaba cuando veía a Cristo en la cruz, era que veía su cuerpo ahí, casi al
borde de la muerte, con sangre que escurría, sin ropa, casi desnudo. Su desnudez
me llamaba la atención, había algo en su cuerpo que me atraía, no sé si eran
las líneas que marcaban sus músculos, no sé si era su rostro que expresaba el
dolor, pero había algo que me hacía no dejar de verlo; ¿cómo debía de tomar el
ver a un hombre semidesnudo que sufría ante mí?, si bien he cierto que me
compadecía de él y que también sentía su dolor, por otro lado, el ver su cuerpo
así, enfrente de mí, un cuerpo muy diferente al mío en cuanto a edad, pero que
al fin y al cabo teníamos lo mismo, me resultaba extraño a la vez que
atractivo. Por ello es que con ocurrencia quería ver la imagen de Cristo.
Fuera de ello, mi vida recurrió normal en
los primeros años de la primaria, no había nada ni nadie que me hiciera
recordar eso que había pasado con mi compañero, y eso que sentía con Cristo. De
alguna forma lo olvidé, seguramente las diversiones que tenía me hicieron dejar
de recordar todo eso que viví, o tal vez ahora no recuerde si en esos años pasó
algo relacionado a eso, aunque sinceramente no lo creo, porque me hubiera
marcado de tal forma que no lo olvidaría.
Así pasó el tiempo sin volver a tener ese
sentimiento extraño, hasta que llegué al sexto año de primaria. Ese año resultó
ser todo un dolor para mí. Fue difícil por dos razones: mi madre estaba en el hospital,
mis familiares ocupados totalmente en ella – aunque no por eso me desatendían
en lo elemental -, y por otro lado, el ser señalado en la escuela por
homosexual.
¿Qué era aquello?, ¿qué significaba el que
mis otros compañeros, sobre todo niños, me calificaran así?, yo desconocía esa
palabra, simplemente no entendía lo que querían decirme con eso. Lo cierto es
que me veían y se burlaban de mí, me decían homosexual, temían porque yo me
acercara a ellos. Todos, todos eran así, excepto mis amigos, los tres niños con
los que me juntaba, ellos no me decían de esa forma, no al menos en la cara –
después descubrí que dos de ellos sí pensaban que yo era así -. En fin que le
comenté a mi familia sobre eso, ellos se molestaron, y recuerdo que un familiar
habló con mi maestro, le dijo lo que pasaba conmigo. El maestro prometió
resolver el conflicto.
Fue así que un día, recuerdo bien, era
lunes, recién llegábamos al salón después de los honores a la bandera. Todos
nos sentamos en nuestros lugares, pero yo, por obra del destino, seguramente,
me senté en medio de todos. Entonces el maestro se paró enfrente y dijo: “Guarden
silencio, tenemos que hablar de un asunto serio. Clemente, ¿cuál es el problema
que tienes con tus compañeros?”, entonces todos me miraron extrañados,
esperando la respuesta de mi parte.
Yo me sentí nervioso por hablar así ante el
salón, pero finalmente dije: “Es que me dicen homosexual”. En cuanto mencioné
la última palabra, mis compañeros hicieron una expresión de asombro, incluso de
susto, estaban temerosos ante lo que había dicho. El maestro entonces me dijo: “¿Quiénes
te dicen así?”, yo respondí: “Tal y tal compañero” – omito los nombres por no
querer guardar rencor ante la mención de estas personas – y entonces el maestro
dijo: “A ver, tú y tú, ¿saben lo que significa la palabra homosexual?”, esos
compañeros guardaron silencio, no sé si por miedo ante la pregunta del maestro
y su regaño, o porque en verdad no sabían qué significaba esa palabra, como yo.
Entonces el maestro dijo “¿Alguien sabe lo que significa homosexual?”, y
alguien atrás de mí alzó la mano, no recuerdo quién fue, y dijo: “Sí, es un
hombre que le gusta otro hombre”.
Cuando mencionaron eso yo quedé
impresionado, ante mí se abrió todo un mundo, todo un nuevo concepto que marcó
fuertemente ese momento y toda mi vida, yo entonces empecé a temblar, pensé: “¿Un
hombre que gusta de otro hombre, yo soy eso?”. El maestro entonces comentó: “Sí,
y no tiene nada de malo que alguien sea así, porque todos son humanos. Así que
tal y tal, quiero que le dejen de decir así a Clemente”. Mis compañeros dijeron
que sí, que lo dejarían de hacer, pero nunca cumplieron con su promesa, al
contrario, creo que eran más fuertes los insultos a mi persona, pues niños y
niñas me decían de cosas, se burlaban. Yo no entendía cómo era que soportaba el
estar ahí, me molestaba que me dijeran así, que se burlaran de algo que yo
apenas y descubría.
Digo descubría porque sí, no sé si fue
efecto de saber lo que significaba esa palabra lo que repercutió en mí, o era
que yo ya era así, que de vez en cuando veía a mis compañeros. En especial a
dos, a uno de los amigos que se juntaba conmigo, y a un chico de otro grupo de
sexto. Con mi amigo era extraño, él se me hacía tan tierno, el que estuviera
todos los días conmigo me gustaba, me sentía seguro a su lado. Yo me di cuenta
de eso que sentía por él, porque un día en el recreo estábamos él y yo sentados
viendo a los demás, entonces él puso su codo en mi rodilla, y aquello se me
hizo tan extraño, a la vez que lindo.
En cuanto al otro compañero de sexto, yo no
sé cómo me fijé en él, si nunca le hablé, pero verlo jugar en el recreo me era
satisfactorio. Que usara pantalones cortos y jugara, era algo increíble para
mí. Recuerdo bien una escena en la que yo estaba sentado justo al lado de donde
ellos estaban jugando voleibol. Él estaba muy concentrado en el juego, razón
por la cual no se dio cuenta de que yo lo miraba fijamente. No podría describir
lo que sentía al verlo. De pronto él se percató de mi mirada y me observó por
unos segundos, yo entonces fui feliz por esa mirada suya.
En fin que terminó la primaria y salí de
ese lugar en donde sólo sufría. Pero salí para entrar a otro lugar igual de
tortuoso para mí. En la secundaria también me hacían las mismas burlas, aunque
tal vez con menor crueldad que en la primaria. Pese a que yo ya sabía lo que
significaba la palabra “homosexual”, y aunque me había dado cuenta de que me
fijaba en otros compañeros, yo no aceptaba el que fuera así. No lo aceptaba por
muchas razones: por miedo a las burlas, por mi familia, por tener que aceptar
de lo que siempre me hacían burla. Afortunadamente el peso de la religión nunca
significó algo para mí, antes bien había veces en que le pedía a Cristo y a
Dios que me ayudaran a definir bien lo que era, y que si yo no era así, que me
quitaran este cierto gusto que tenía hacia otros hombres. No sé si me ayudaron,
pero pedirles algo fue bueno, yo lo sé.
Los dos primeros años de la secundaria no
tuvieron a alguien especial para mí, si bien he cierto que conocí a gente que
con su experiencia me confundió más con sus acciones hacia mi persona, éstos no
fueron de trascendencia para mi vida. Las burlas a veces disminuían, pero otras
no, yo tenía que fingir que me gustaban las mujeres para no ser el raro de la
escuela, pero no podía lograr fingir eso con éxito. No diré que nunca me fijé
en algún compañero del salón, puesto que sí lo hice, pero del único del que
puedo decir que sentí algo lindo pasó mucho después, casi a mediados del tercer
año de secundaria, y llegar hasta ese tiempo, y con él, sería algo muy
detallado para este breve relato. Tan sólo diré que ese compañero era lindo
conmigo, y que él era consciente de que me gustaba, lo cual me hacía sentir
algo más profundo, aunque nunca se concretó nada, porque él no tenía ese gusto
por los hombres.
Pero antes de ese compañero del que hablo,
y para terminar con este relato, hubo alguien que sí significó algo para mí,
que marcó mi vida de tal forma en que ya no tuve miedo de decir lo que yo era y
sentía.
En un viaje que hice con mis primos a unas
montañas con cabañas en Pachuca, iban de acompañantes los amigos de mis primos.
Por una parte, las amigas de mi prima, por otro lado, los amigos de mi primo.
Ahí conocí a esa persona, fue extraño porque desde que lo vi noté algo raro en
él, tenía una cierta actitud que me recordaba a cómo me comportaba yo a veces.
Por ello es que no sé cómo me armé de valor para hablarle, lo bueno fue que él
me respondía bien, incluso notaba que me buscaba para estar conmigo.
Yo me sentía bien por ello, me era tan
agradable tenerlo a lado. De los momentos más lindos, aunque extraños, que
recuerdo, fue cuando una noche yo me subí al cuarto en donde dormíamos todos –
todavía no habíamos ido a la montaña, estábamos en una casa normal -. Yo en ese
tiempo escribía una novela, por eso es que me quedé en el cuarto escribiendo un
capítulo. De pronto él subió y entró a la habitación conmigo. Él me dijo: “¿Qué
escribes?”, le respondí: “Una novela”. Él entonces me dijo que también
escribía, y esto lo dijo mientras se acostaba en el suelo, muy cerca de mí. De
pronto noté que el cierre de su pantalón estaba abajo, él notó mi mirada, y me
dijo: “Oh, lo olvidé”, entonces se subió el cierre y me guiñó el ojo.
¡Qué cosa tan más extraña ver eso!, pero
debo aceptar que fue lindo el guiño y la sonrisa que hizo. Eso fue en la casa,
ya en la montaña todos los hombres nos quedamos en la misma cabaña. Pero como
llegamos de día, todos fueron a dar un paseo por el lugar, él se ofreció a ir
conmigo, solos obviamente. En el camino hablamos de tantas cosas, y por extraña
razón llegamos al tema del gusto por otros hombres. Él entonces me confesó que
tuvo una etapa en que también se fijó en otros hombres, y fue mi estupidez
confesarle lo que yo sentía al tenerlo a lado, creo que incluso le dije que me
gustaba.
Él tan sólo sonrío, yo de pronto, para
cambiar de tema, le dije: “Estoy cansado”, él me respondió: “¿Quieres que te
cargue?”. No sé qué pudieran pensar los que lean esto, pero al menos yo en ese
momento sentí bonito el que me dijera eso, me resultó lindo, más si se piensa
que esa fue su siguiente expresión con palabras, después de lo que yo le había
dicho.
Terminó el viaje, y cuando regresamos a
donde vivíamos, yo, tontamente, le propuse que tuviéramos una relación. Él con
muchas excusas me dijo que no, pero yo no entendía, yo quería tenerlo a mi lado
– desde ahí empezó mi obsesión -, hasta que finalmente me rehusé y caí en el
primer dolor profundo por un hombre. No había nada que me animara en los días,
recordarlo me resultaba doloroso.
Sí, fue difícil superar tal golpe, pero
después de todo descubrí que me sirvió de mucho, pues vivir eso con él, aunque
no fue nada en específico, me ayudó para que tiempo después concretara lo que
yo era, que no tuviera miedo de decir que gustaba de los hombres, porque
incluso las palabras de ese chico, cuando me confesó que él tuvo un momento
así, me ayudaron para armarme de valor y de regresar al tercer año de la
secundaria y decir: “Sí, soy así. No importa lo que digan”.
Fue un bien para futuro, porque lo que viví
con él me sirvió para tener fuerzas cuando conocí a mi primer amor. Pero esa
historia ya no cabe en este breve relato, antes bien creo que me he pasado de la
extensión. Debo finalizar diciendo que he escrito esto para dejar huella de lo
que alguna vez viví, porque de pronto siento que lo olvido. También lo he
decidido llevar al papel porque a veces siento que me equivoqué en decidir
gustar de los hombres, pues me he dado cuenta que no soy del todo
correspondido, y porque cuando estoy con otros que tienen el mismo gusto que
yo, no me siento cómodo.
Con el tiempo he descubierto que ellos
piden a alguien perfecto, idealizado, que sus gustos son muy específicos y no
aceptan tener algo sentimental con los que no somos del todo como ellos. ¿Qué
puedo ofrecerles yo?, no encajo en lo que piden. Mi única virtud, y eso a
medias, es escribir. No lo hago del todo bien, y en lo demás no soy bueno, no
tengo otro don, ni físico ni intelectual, no soy atractivo ni tengo facciones
europeas. Es claro que no soy su tipo; pero al menos algo me queda claro, y de
algo me enorgullezco, y es el de nunca haberme rendido ante esto que siento por
otros hombres. Pese a los insultos y a las agresiones, hoy mi corazón late sin
miedo. Gusto de otros como yo, aunque esos otros como yo no me consideren
precisamente como a alguien con el que quisieran estar.
“Prefiero amar a no darme cuenta de la
realidad”