sábado, 24 de agosto de 2013

Detente latido de mi corazón furioso,
no seas vana ilusión del amor,
pues ya sabemos que cuando con fervor
se asiste a la ilusión, es todo sollozo.

No continúes, arrebato vano,
porque yo conozco aquella felicidad
que en plena lluvia es perfume de sinceridad,
y al tiempo es melancolía de amarga profundidad.

Doliente llama del interior,
imagen constante del ser en cuestión;
lo que con las palabras es pretensión,
con su presencia es emoción y también dolor.

Al buscar una estrella guía del alma
tan sólo encuentro el eclipse de su rostro;
mas no muestra ni oscurece mi camino aquel astro,
pues apenas y hace sentir su belleza con suave calma.

Y yo, que al amor soy débil cual mariposa 
al fuego, en sus enredos caigo, y tormentosa
 noche me espera para llorar los líquidos
de su néctar guardado en su mirada umbrosa.

Por eso el sentimiento no debe vivir
en alguien que, como yo,
planea más que sentir,
y siente para en el olvido vivir.


domingo, 11 de agosto de 2013

Nuestro amor de Yaundé

Dedicado a todos aquellos en África que viven sin poder expresar lo que sienten.

Nuestro amor de Yaundé

Tan bella es la capital de Camerún, mi Yaundé, rodeada de colinas hermosas cuya vegetación adorna a cada una de las casas a lo largo de sus territorios. El cielo es tan armonioso que incluso su azul claro invita a la relajación y al vuelo por sus extensiones con tan sólo mirarlo.

    El sonido de este lugar del mundo no se compara a ningún otro. Aquí se combinan la tranquilidad y la diversidad, el leve susurro de la naturaleza en aquellos lugares alejados de la ciudad. Silencio que a veces se ve interrumpido por el soplar del viento y cuyo camino hace mover cada uno de los árboles; el movimiento de los arroyos, con el cual se crea toda una melodía natural, una orquesta que a veces parece tener su fin, en donde de pronto sube su tono en el más alto nivel con el sonido de todos los entes naturales que juntan su existencia en un solo ritmo.

    Y así como el río, los árboles y el viento juntan sus armonías en un solo canto, al mismo tiempo, en la ciudad, se puede vivir la gran diversidad de sonidos y hablas que pocas ciudades pueden tener. Con diferentes idiomas hablados a la vez, con música de nuestro país que suena por las calles, y la gran catedral que detrás de ocho pilares deja ver la magnificencia de una cruz tan blanca, preciosa y única como el color de las nubes tan puras de nuestro cielo, hace de toda Yaundé la más sincera capital de todas.

    Sí, esta es mi ciudad, mi Yaundé, en donde la naturaleza y la gente pueden vivir en un sólo territorio, a veces dividido en pequeñas fronteras de abundancia mayor para uno de los dos. Pero Yaundé no sería la joya de África si aquí no estuviera aquella persona por la que cada rincón de la ciudad tiene alegría, baile, música y pasión. Ese ser personifica todo lo bello de Yaundé en una sola persona. Naturaleza y civilización hay en su cuerpo y alma.

    Con ojos grandes y tan oscuros como la noche profunda y misteriosa que a cada noche envuelve nuestro cielo, y que con su solo mirar invita a perderse en las mareas eternas de aquellas pupilas grandes; aquella mirada masculina es no la luz que deja deslumbrado a uno, sino el mismo secreto de la noche que sólo a muy pocos revela su verdad por medio de la seducción de los sentidos.

    Una nariz grande y suave que a cada momento que la observo pienso en la sensación que se desprendería al acercar la mía con la suya, al convertirse esto en un contacto tan tierno como su rostro. Y luego vienen esos labios finamente perfectos. De un tono un tanto más claro que toda su piel, y cuya forma es una poesía que invita a ser leída cerca de ellos.

    Sus brazos y manos son tan masculinos como lo es él mismo, pues debido a su don del baile la naturaleza convirtió todo eso, con el paso del tiempo, en un hombre que es la perfección de toda África. Esa piel oscura resalta cada una de sus facciones corporales, y no sólo le pertenece el cielo y la tierra de Yaundé, también le pertenece mi corazón. Françoise es su nombre; y yo, Jean, estoy enamorado de él.

    Él y yo hemos sido amigos de toda la vida, desde pequeños hemos sido vecinos y por tanto nuestra relación se ha fortalecido con el paso de los años. A pesar de que ahora de jóvenes él y yo hemos cambiado en ciertas cosas, no hemos dejado de compartir lo que somos, y sospecho que aquella relación de intimidad fortaleció un sentimiento que no pude controlar hacia él, y es justamente el amor.

    Jamás me había enamorado, y deseaba tanto cumplir con lo que mis padres esperaban de mí, y es precisamente formar la nueva generación de mi familia; sin embargo, por más que he intentado expurgar ese sentimiento impío por Françoise, no lo he logrado; por el contrario, parece que lo único que logro es ponerme más nervioso al momento en que él se acerca a mí y me invita a salir.

    No puedo evitar sentir todo esto, aquel palpitar por su presencia, aquel pensamiento constante que en mí se intensifica cada que él me saluda todos los días. Pero frente a esto, siempre en mi entorno he escuchado constantemente el repudio hacia aquellos hombres que gustan de otros hombres, el asco que les tienen y las ganas que mi gente tiene de que esas personas mueran lentamente y agonizantemente por el pecado de querer estar con otro igual, incluso no hace mucho que el presidente se declaró en contra de todos aquellos y comentó que deberían castrarlos a todos ellos para así impedir su satisfacción.

    Realmente tengo tanto miedo a todo eso, un gran espanto me invade cada que pienso qué pasaría conmigo si se descubre que me gusta mi mejor amigo, si se descubre que muero por abrazarlo, tomarlo de la mano y decirle lo tanto que siento por él, para así entonces besarlo con todo ese sentimiento que mi corazón ya no puede soportar mantener en secreto y desea expresar.

    En verdad es mi deseo decirle a Françoise lo que siento, y después de eso, huir de esta ciudad que, aunque la amo con todo mi ser, no podría permanecer más tiempo si acaso le digo a alguien lo que soy, pues sé que me torturarían hasta morir, como le hicieron a uno de por aquí, que cuando se le vio que a escondidas besando a otro hombre, a los dos les cortaron su miembro y luego les cortaron la lengua para que así no pudieran volver a besarse los dos.

    Y bien sabía que yo no podría del todo lograr mi plan, porque sabía que al hacerlo, lo más importante para mí, que era Françoise, ya no estaría jamás conmigo, por lo que por un gran tiempo decidí disimular por completo lo que sentía por él, y he aquí mi corazón enamorado de Yaundé, pero incompleto su sentimiento por no poder estar con mi amado.

    Así un día en el que el sol de la mañana brillaba con su frescura y templanza y cuyos rayos iluminaban a toda la ciudad, salí de mi casa y de pronto, sin advertirlo, alguien me tocó del hombro de manera muy suave. Era Françoise que para mi sorpresa no traía playera, tan sólo tenía un pantalón de tela blanca. Él entonces, así sin playera, con su brazo rodeó mi espalda y con fuerza masculina me atrajo hacia él, mientras me decía:

    - Jean hoy voy con los hermanos a la ciudad, ¿quieres ir con nosotros?, vamos a estar en las escaleras de la Iglesia esperándote.

    El calor de su cuerpo transmitió en mí el más cálido palpitar de corazón que jamás haya tenido humano alguno. Su cuerpo fielmente definido por la rudeza de su trabajo significó mi primer contacto, aunque vano, con el cuerpo desnudo de un hombre.

    Por mi nerviosismo sólo pude asentar mi cabeza para aceptar su proposición, y entonces él me soltó, caminó un poco y de pronto volteó rápido para aventarme su playera.

    - Guárdamela, hoy hace mucho calor como para traerla todo el día. Nos vemos en un rato – Françoise sonrió como sólo él sabía hacerlo, me miró con mirada juguetona y posteriormente se fue.

    Era tan mágico el hecho de que un día antes mi ser había deseado con tanto anhelo tener a Françoise un poco más cerca de mí, que el momento que se acababa de suscitar, justa realización de mi deseo, fue realmente afortunado sin mencionar que graciosamente coincidente con mis deseos. Fue tal mi emoción, que al verlo alejarse, y sin dudarlo un momento, miré la playera que había agarrado y misma que tenía en una mano, sonreí enormemente y entonces la acerqué a mi rostro para finalmente olerla y percibir el olor que de ella salía, y el cual era un olor más fresco que la naturaleza misma, un sentido nuevo para el ser humano, superior a cualquiera de los otros existentes, y que hacía referencia a su ser. Un sentido que sólo Françoise podía tener.

    Mientras hacía esto, cerré los ojos y entonces con una voz dulce a la vez que melancólica dije:

    - Te amo tanto.

    La palabra de la expresión amorosa se convirtió en mi fin, porque sin advertirlo, un señor en seguida advirtió:

    - ¡Todos!, ¡tenemos a un maldito homosexual aquí!, ¡Jean es homosexual!, ¡Jean es un pecador!, ¡Jean acaba de decir que ama a Françoise! – gritó un señor detrás de mí y en pocos segundos la gente salió, hasta los de mi misma casa ya estaban fuera.

    - ¿¡Qué pasó aquí!? – preguntó mi padre enfurecido.

    - Sucede que tu hijo es un jodido homosexual, acaba de oler la playera de su amigo y dijo que lo amaba – confesó el señor que me había visto mientras me señalaba enfurecidamente.

    - ¿E cierto eso Jean? – preguntó mi padre increíblemente molesto.

    Yo tan sólo miraba a todos con mucho miedo, mi cuerpo temblaba de sobremanera, pues todos aquellos que se habían acercado, fácilmente juntaban un número de treinta, y sabía que realmente lo que dijera yo ya no podría salvarme, al contrario, no era difícil suponer que todos ellos eran capaces de matarme a palazos y tal vez de hasta cortarme la nariz.

    - ¡Ese Jean es un maldito pervertido!, ¡desea a su amigo!, ¡vamos a matarlo! – gritó el hombre y entonces todos gritaron en apoyo a su comentario.

    En cuanto escuché esto, no dudé en correr lo más rápido que pude sin soltar la camisa de Françoise. Todos los demás venían atrás de mí con cuchillos, con palos, con su furia que podía sentir a distancia; incluso mi padre venía con ellos.

    Corrí lo más rápido que pude, mi corazón latía enormemente, aunque mi cuerpo temblaba no dejaba de correr, sentía un gran temor en mi ser, sabía que si me detenía otro me agarraría, pues todos ellos gritaban que detuvieran al homosexual que estaba corriendo. La gente me miraba con desprecio y poco a poco eran más los que iban atrás de mí.

    No sabía hacia dónde me dirigía, tan sólo me dejaba guiar por mi cuerpo, recorría todas las calles de Yaundé que con tanto amor había descrito anteriormente; sólo que ahora, en lugar de ver todo ese terreno como la joya de África, la veía como el peor infierno del cual no veía escapatoria.

    Entonces de entre tanta multitud y gritos salió una luz que sobresalía entre aquel infierno, una estructura que con su forma triangular me expresaba un fiel refugio, en donde la cruz resplandecía como nunca antes, debido al sol que pegaba justo enfrente de la puerta: Era la catedral.

    Recordé entonces que mi Françoise estaría en las escaleras de dicho lugar, por lo que corrí todavía más. Aunque con cansancio, me aventuré a ir más rápido cada vez. Poco a poco me acercaba más, conforme corría lo veía ahí parado con sus demás amigos. Él entonces se percató de lo que pasaba y al notar que yo venía a toda prisa, se espantó y se acercó un tanto a mí. Entonces ambos quedamos justo enfrente de la Iglesia.

    - ¿Pero qué pasa Jean?, ¿por qué toda esa gente te persigue? – me preguntó muy espantado.

    Yo de pronto, todavía con su playera en la mano y con muchas lágrimas en mis ojos, lo abracé fuertemente.

    - ¡Te amo!, ¡te amo con todo mi ser y debes de saberlo ahora!, ¡siempre estuve enamorado de ti!, ¡todos aquellos momentos a tu lado, las risas, las visitas a tu casa, cuando jugábamos afuera, todo eso significó para mí un latido de mi corazón y un sentimiento hacia tu ser!; no sé lo que tú pienses de mí, pero debes de saber que nunca he dejado de pensar en ti, que en cada parte de esta ciudad y de mi vida estás, y que soy tan feliz al tenerte así de cerca de mí. ¡Te amo Françoise, y estoy contento de habértelo dicho por fin!

    Cuando alcé mi vista para ver el rostro que él tenía, noté que tenía una cara de suma sorpresa, misma que se mezclaba con una que reflejaba un gran temor, un temor que se debía a la navaja que ya se encontraba clavada en el centro de mi espalda. No sentí el dolor de tal objeto hasta que noté la mirada de nostalgia de Françoise, entonces sólo sentí cómo él me soltaba y yo caía al pie de la catedral.

    En el momento en que caí al suelo, en mis pocos segundos vivo, pude percibir cómo la demás gente que llegó a mí empezó a pegarme con distintos objetos por todo el cuerpo, pero entonces yo ya no sentía el dolor, tan sólo pensaba en lo feliz que me sentía por haberle expresado todos mis sentimientos a él, tenía una leve sonrisa en mi rostro por eso; tan sólo me había quedado el deseo de probar y sentir sus labios con los míos.

    De pronto, de un momento a otro, percibí cómo Françoise gritó dolorosamente. Entonces, con mis pocas energías, bajé la vista para ver qué pasaba, y noté que él caía lentamente, sangrado de todo el cuerpo, enfrente de mí. Cuando cayó justo encima de mí, sus labios quedaron perfectamente juntos con los míos, con lo cual se cumplió mi sueño, y con lo cual sellamos nuestro amor enfrente de todo Yaundé.

"El amor es la poesía de la libertad"



Catedral de Yaundé/Camerún



sábado, 3 de agosto de 2013

Yo no ofrezco rectitud máxima,
pues con sólo mirar mi sombra
basta advertir que apenas tengo alma
dentro de aquella otra cara.

Tampoco tengo bellas perlas
que al mundo pueda mostrar,
pues si apenas destapo algunas
las otras muestran mi mal formar.

Si Narciso fuese yo y se enamorase,
primero intentaría huir de mil volcanes;
y luego, tal vez, extrañaría lo que era antes,
porque así uno se quiere y luego se aborrece.

Numerosas y extrañas metamorfosis
son las que he tenido en existencia,
y en la mayoría reniego de los brindis
de la sociedad y de sus vivencias.

De tantos libros e historias
que he leído y he imaginado,
me he perdido en el pecado y sus llamas,
sin saber tampoco descifrar miradas.

No tengo grandes dotes físicos para el vulgo,
ni soy erudito consagrado del presente;
mas sé que cuando tengo a mi lado un ente
me corresponde tenerle en mente.

Mas yo conozco que pocas veces lo logro,
pues sea por el fuego infernal del Fénix,
o por poco valor que hay para un ogro,
o bien, el desquebrajo rápido de mi cáliz.

En amor soy todo y un perdedor,
porque si duro mucho es dolor,
y si duro poco es porque no hay valor
para continuar con mi corazón y su ardor.

Ni atraigo ni me atraen
y sea yo el recluso de Notre Dame:
consciente de que nadie es capaz de amarme,
aunque yo con acciones trate de que me observen.

Y aunque sea bestia yo de libros
(pese a que de muchos desconozca como es natural),
tengo amor, pero ya en los calderos de los olvidos,
y escribo, para reafirmar mis lamentos.

Aunque consciente de la flor marchita
que soy para Dios puesta en sus dedos,
tanto él como yo movemos los dados
de mi propia vida que no está tan harta.

Pues si acaso consigo en largo tiempo
a otro que a mi corazón haga cantar,
y que sea mi Patroclo en el campo
listo para a mi lado luchar,

ya sé que no será de ninguna A principio,
no será desinteresado, confiado de lo guapo
y obsesivo del llanto sin verdadero ampo;
tendrá defectos, pero menos conforme el tiempo.

Yo por tanto prometo que en lo que fallé recuperarme,
mas del físico no se pida cambiar un Polifemo
por un Apolo, pues la naturaleza actúa sin reclamo,
porque un día nací para no dejar de morirme.