Dedicado a todos aquellos en África que viven sin poder expresar lo que sienten.
Nuestro amor de Yaundé
Tan
bella es la capital de Camerún, mi Yaundé, rodeada de colinas hermosas cuya
vegetación adorna a cada una de las casas a lo largo de sus territorios. El
cielo es tan armonioso que incluso su azul claro invita a la relajación y al
vuelo por sus extensiones con tan sólo mirarlo.
El sonido de este lugar del mundo no se
compara a ningún otro. Aquí se combinan la tranquilidad y la diversidad, el
leve susurro de la naturaleza en aquellos lugares alejados de la ciudad.
Silencio que a veces se ve interrumpido por el soplar del viento y cuyo camino
hace mover cada uno de los árboles; el movimiento de los arroyos, con el cual
se crea toda una melodía natural, una orquesta que a veces parece tener su fin,
en donde de pronto sube su tono en el más alto nivel con el sonido de todos los
entes naturales que juntan su existencia en un solo ritmo.
Y así como el río, los árboles y el viento
juntan sus armonías en un solo canto, al mismo tiempo, en la ciudad, se puede
vivir la gran diversidad de sonidos y hablas que pocas ciudades pueden tener. Con
diferentes idiomas hablados a la vez, con música de nuestro país que suena por
las calles, y la gran catedral que detrás de ocho pilares deja ver la magnificencia
de una cruz tan blanca, preciosa y única como el color de las nubes tan puras
de nuestro cielo, hace de toda Yaundé la más sincera capital de todas.
Sí, esta es mi ciudad, mi Yaundé, en donde
la naturaleza y la gente pueden vivir en un sólo territorio, a veces dividido
en pequeñas fronteras de abundancia mayor para uno de los dos. Pero Yaundé no
sería la joya de África si aquí no estuviera aquella persona por la que cada
rincón de la ciudad tiene alegría, baile, música y pasión. Ese ser personifica
todo lo bello de Yaundé en una sola persona. Naturaleza y civilización hay en
su cuerpo y alma.
Con ojos grandes y tan oscuros como la
noche profunda y misteriosa que a cada noche envuelve nuestro cielo, y que con
su solo mirar invita a perderse en las mareas eternas de aquellas pupilas grandes;
aquella mirada masculina es no la luz que deja deslumbrado a uno, sino el mismo
secreto de la noche que sólo a muy pocos revela su verdad por medio de la
seducción de los sentidos.
Una nariz grande y suave que a cada momento
que la observo pienso en la sensación que se desprendería al acercar la mía con
la suya, al convertirse esto en un contacto tan tierno como su rostro. Y luego
vienen esos labios finamente perfectos. De un tono un tanto más claro que toda
su piel, y cuya forma es una poesía que invita a ser leída cerca de ellos.
Sus brazos y manos son tan masculinos como
lo es él mismo, pues debido a su don del baile la naturaleza convirtió todo eso,
con el paso del tiempo, en un hombre que es la perfección de toda África. Esa
piel oscura resalta cada una de sus facciones corporales, y no sólo le
pertenece el cielo y la tierra de Yaundé, también le pertenece mi corazón. Françoise
es su nombre; y yo, Jean, estoy enamorado de él.
Él y yo hemos sido amigos de toda la vida,
desde pequeños hemos sido vecinos y por tanto nuestra relación se ha
fortalecido con el paso de los años. A pesar de que ahora de jóvenes él y yo
hemos cambiado en ciertas cosas, no hemos dejado de compartir lo que somos, y
sospecho que aquella relación de intimidad fortaleció un sentimiento que no
pude controlar hacia él, y es justamente el amor.
Jamás me había enamorado, y deseaba tanto
cumplir con lo que mis padres esperaban de mí, y es precisamente formar la
nueva generación de mi familia; sin embargo, por más que he intentado expurgar
ese sentimiento impío por Françoise, no lo he logrado; por el contrario, parece
que lo único que logro es ponerme más nervioso al momento en que él se acerca a
mí y me invita a salir.
No puedo evitar sentir todo esto, aquel
palpitar por su presencia, aquel pensamiento constante que en mí se intensifica
cada que él me saluda todos los días. Pero frente a esto, siempre en mi entorno
he escuchado constantemente el repudio hacia aquellos hombres que gustan de
otros hombres, el asco que les tienen y las ganas que mi gente tiene de que
esas personas mueran lentamente y agonizantemente por el pecado de querer estar
con otro igual, incluso no hace mucho que el presidente se declaró en contra de
todos aquellos y comentó que deberían castrarlos a todos ellos para así impedir
su satisfacción.
Realmente tengo tanto miedo a todo eso, un
gran espanto me invade cada que pienso qué pasaría conmigo si se descubre que
me gusta mi mejor amigo, si se descubre que muero por abrazarlo, tomarlo de la
mano y decirle lo tanto que siento por él, para así entonces besarlo con todo
ese sentimiento que mi corazón ya no puede soportar mantener en secreto y desea
expresar.
En verdad es mi deseo decirle a Françoise
lo que siento, y después de eso, huir de esta ciudad que, aunque la amo con
todo mi ser, no podría permanecer más tiempo si acaso le digo a alguien lo que
soy, pues sé que me torturarían hasta morir, como le hicieron a uno de por
aquí, que cuando se le vio que a escondidas besando a otro hombre, a los dos
les cortaron su miembro y luego les cortaron la lengua para que así no pudieran
volver a besarse los dos.
Y bien sabía que yo no podría del todo
lograr mi plan, porque sabía que al hacerlo, lo más importante para mí, que era
Françoise, ya no estaría jamás conmigo, por lo que por un gran tiempo decidí
disimular por completo lo que sentía por él, y he aquí mi corazón enamorado de
Yaundé, pero incompleto su sentimiento por no poder estar con mi amado.
Así un día en el que el sol de la mañana
brillaba con su frescura y templanza y cuyos rayos iluminaban a toda la ciudad,
salí de mi casa y de pronto, sin advertirlo, alguien me tocó del hombro de
manera muy suave. Era Françoise que para mi sorpresa no traía playera, tan sólo
tenía un pantalón de tela blanca. Él entonces, así sin playera, con su brazo
rodeó mi espalda y con fuerza masculina me atrajo hacia él, mientras me decía:
- Jean hoy voy con los hermanos a la
ciudad, ¿quieres ir con nosotros?, vamos a estar en las escaleras de la Iglesia
esperándote.
El calor de su cuerpo transmitió en mí el
más cálido palpitar de corazón que jamás haya tenido humano alguno. Su cuerpo
fielmente definido por la rudeza de su trabajo significó mi primer contacto,
aunque vano, con el cuerpo desnudo de un hombre.
Por mi nerviosismo sólo pude asentar mi
cabeza para aceptar su proposición, y entonces él me soltó, caminó un poco y de
pronto volteó rápido para aventarme su playera.
- Guárdamela, hoy hace mucho calor como
para traerla todo el día. Nos vemos en un rato – Françoise sonrió como sólo él
sabía hacerlo, me miró con mirada juguetona y posteriormente se fue.
Era tan mágico el hecho de que un día antes
mi ser había deseado con tanto anhelo tener a Françoise un poco más cerca de
mí, que el momento que se acababa de suscitar, justa realización de mi deseo,
fue realmente afortunado sin mencionar que graciosamente coincidente con mis
deseos. Fue tal mi emoción, que al verlo alejarse, y sin dudarlo un momento,
miré la playera que había agarrado y misma que tenía en una mano, sonreí
enormemente y entonces la acerqué a mi rostro para finalmente olerla y percibir
el olor que de ella salía, y el cual era un olor más fresco que la naturaleza
misma, un sentido nuevo para el ser humano, superior a cualquiera de los otros
existentes, y que hacía referencia a su ser. Un sentido que sólo Françoise
podía tener.
Mientras hacía esto, cerré los ojos y
entonces con una voz dulce a la vez que melancólica dije:
- Te amo tanto.
La palabra de la expresión amorosa se
convirtió en mi fin, porque sin advertirlo, un señor en seguida advirtió:
- ¡Todos!, ¡tenemos a un maldito homosexual
aquí!, ¡Jean es homosexual!, ¡Jean es un pecador!, ¡Jean acaba de decir que ama
a Françoise! – gritó un señor detrás de mí y en pocos segundos la gente salió,
hasta los de mi misma casa ya estaban fuera.
- ¿¡Qué pasó aquí!? – preguntó mi padre
enfurecido.
- Sucede que tu hijo es un jodido
homosexual, acaba de oler la playera de su amigo y dijo que lo amaba – confesó el
señor que me había visto mientras me señalaba enfurecidamente.
- ¿E cierto eso Jean? – preguntó mi padre
increíblemente molesto.
Yo tan sólo miraba a todos con mucho miedo,
mi cuerpo temblaba de sobremanera, pues todos aquellos que se habían acercado,
fácilmente juntaban un número de treinta, y sabía que realmente lo que dijera
yo ya no podría salvarme, al contrario, no era difícil suponer que todos ellos
eran capaces de matarme a palazos y tal vez de hasta cortarme la nariz.
- ¡Ese Jean es un maldito pervertido!,
¡desea a su amigo!, ¡vamos a matarlo! – gritó el hombre y entonces todos
gritaron en apoyo a su comentario.
En cuanto escuché esto, no dudé en correr
lo más rápido que pude sin soltar la camisa de Françoise. Todos los demás
venían atrás de mí con cuchillos, con palos, con su furia que podía sentir a
distancia; incluso mi padre venía con ellos.
Corrí lo más rápido que pude, mi corazón
latía enormemente, aunque mi cuerpo temblaba no dejaba de correr, sentía un
gran temor en mi ser, sabía que si me detenía otro me agarraría, pues todos
ellos gritaban que detuvieran al homosexual que estaba corriendo. La gente me
miraba con desprecio y poco a poco eran más los que iban atrás de mí.
No sabía hacia dónde me dirigía, tan sólo
me dejaba guiar por mi cuerpo, recorría todas las calles de Yaundé que con
tanto amor había descrito anteriormente; sólo que ahora, en lugar de ver todo
ese terreno como la joya de África, la veía como el peor infierno del cual no
veía escapatoria.
Entonces de entre tanta multitud y gritos
salió una luz que sobresalía entre aquel infierno, una estructura que con su
forma triangular me expresaba un fiel refugio, en donde la cruz resplandecía
como nunca antes, debido al sol que pegaba justo enfrente de la puerta: Era la
catedral.
Recordé entonces que mi Françoise estaría
en las escaleras de dicho lugar, por lo que corrí todavía más. Aunque con
cansancio, me aventuré a ir más rápido cada vez. Poco a poco me acercaba más,
conforme corría lo veía ahí parado con sus demás amigos. Él entonces se percató
de lo que pasaba y al notar que yo venía a toda prisa, se espantó y se acercó
un tanto a mí. Entonces ambos quedamos justo enfrente de la Iglesia.
- ¿Pero qué pasa Jean?, ¿por qué toda esa
gente te persigue? – me preguntó muy espantado.
Yo de pronto, todavía con su playera en la
mano y con muchas lágrimas en mis ojos, lo abracé fuertemente.
- ¡Te amo!, ¡te amo con todo mi ser y debes
de saberlo ahora!, ¡siempre estuve enamorado de ti!, ¡todos aquellos momentos a
tu lado, las risas, las visitas a tu casa, cuando jugábamos afuera, todo eso
significó para mí un latido de mi corazón y un sentimiento hacia tu ser!; no sé
lo que tú pienses de mí, pero debes de saber que nunca he dejado de pensar en
ti, que en cada parte de esta ciudad y de mi vida estás, y que soy tan feliz al
tenerte así de cerca de mí. ¡Te amo Françoise, y estoy contento de habértelo dicho
por fin!
Cuando alcé mi vista para ver el rostro que
él tenía, noté que tenía una cara de suma sorpresa, misma que se mezclaba con
una que reflejaba un gran temor, un temor que se debía a la navaja que ya se
encontraba clavada en el centro de mi espalda. No sentí el dolor de tal objeto
hasta que noté la mirada de nostalgia de Françoise, entonces sólo sentí cómo él
me soltaba y yo caía al pie de la catedral.
En el momento en que caí al suelo, en mis
pocos segundos vivo, pude percibir cómo la demás gente que llegó a mí empezó a
pegarme con distintos objetos por todo el cuerpo, pero entonces yo ya no sentía
el dolor, tan sólo pensaba en lo feliz que me sentía por haberle expresado
todos mis sentimientos a él, tenía una leve sonrisa en mi rostro por eso; tan
sólo me había quedado el deseo de probar y sentir sus labios con los míos.
De pronto, de un momento a otro, percibí
cómo Françoise gritó dolorosamente. Entonces, con mis pocas energías, bajé la
vista para ver qué pasaba, y noté que él caía lentamente, sangrado de todo el
cuerpo, enfrente de mí. Cuando cayó justo encima de mí, sus labios
quedaron perfectamente juntos con los míos, con lo cual se cumplió mi sueño, y con
lo cual sellamos nuestro amor enfrente de todo Yaundé.
"El amor es la poesía de la libertad"
Catedral de Yaundé/Camerún