domingo, 13 de enero de 2013

Dios te ama

Esto que he de contar aconteció en un día en el que el Sol fijó sus rayos de luz puros y fuertes en mi rostro. Yo estaba parado en el barandal de enfrente de mi salón, ahí estaba pensando sobre las cosas que últimamente había visto a mi alrededor, una de ellas, la vez en que desde la ventana alta de mi casa, a media noche, me asomé para ver el patio de mi vecino que tenía fiesta en sus recámaras de arriba, y fue mi sorpresa ver cómo de la nada uno de los invitados bajó a visitar a otro niño que yacía, por ese día, sólo en su casa.

Aquello fue un gran impacto para mis ojos, tanto que esa curiosidad quedó sumamente impregnada en mi ser, tenía deseos de saber lo que pasaría entre esos dos niños, y no necesariamente porque tuviera un deseo de saciar un chisme; no, en verdad el ver ese acto tan misterioso y silencioso significaría algo importante para resolver lo que me estaba pasando últimamente.

Un caso extraño me sucedía, pues cada que era la hora del recreo y mis compañeros jugaban fútbol, yo los veía fijamente, prestando atención a sus cuerpos, a sus piernas, a sus rostros, en verdad podía pasarme todo el día contemplando a mis compañeros jugar.

No sabía qué pensar o qué hacer con esta extraña acción, traté de evadir ese misterioso interés que tenía por mirar a los hombres, pero no podía, me resultaba imposible dejar de verlos, ellos despertaban en mí un enorme gusto; incluso cuando iba de regreso a mi casa en el Metro, cuando se subían algunos de mis compañeros al mismo vagón que yo, no dejaba de observarlos, con sus camisas blancas, sus corbatas verdes, esas expresiones tan varoniles que tenían todos ellos.

Fue así que, espantado por el temor de este interés, cada día le rezaba (como era costumbre en mi familia) a Dios para que me guiara acerca de este nuevo sentimiento que tenía, le pedí que me mandara una señal para que me hiciera ver qué era lo que sentía por los otros niños, que me demostrara cuál era la causa y el efecto de esto. Le rezaba en todo momento, en la mañana, tarde y noche, pues mi madre siempre decía que si se demostraba fe y devoción a Dios, él hacía caso a las súplicas y velaba por nosotros, razón por la cual decidí aumentar mis rezos cada vez más; sin embargo, a pesar de mis súplicas, no obtuve ninguna respuesta de él, al contrario, esto que sentía aumentaba cada día, ya que ahora sentía una gran necesidad de tocar a mis compañeros, sentir su piel, su cuerpo, aunque fuera por un pequeño momento.

Pese a todo, no detenía mis súplicas a Dios, Cristo y a la Virgen María, les suplicaba que no tardaran en mandar una señal, les decía que uno de sus hijos estaba muy confundido y desesperado; en verdad ellos tres eran mis únicos confidentes acerca de esta situación, pues no se lo había confiado a mis amigos y mucho menos a mis padres, yo sabía que tarde o temprano Dios mandaría algún vaticinio. 

Días transcurrieron sin ningún evento que significara la respuesta de Dios, yo seguía creyendo en su ayuda. Un día que regresé muy cansado de la secundaria, decidí dormirme en cuanto llegué, en cuanto cerré los ojos me quedé profundamente dormido, no tenía ninguna preocupación sobre mi situación o sobre la escuela. En cuanto me quedé dormido, las primeras imágenes de mi sueño empezaron a cobrar forma, fue mi sorpresa encontrar a Cristo ahí conmigo, él estaba a mi lado, me estaba tomando de la mano y, por una extraña razón, los dos nos encontrábamos caminando por los andenes del Metro en la estación Morelos de la línea B. 

Jesús me llevaba lentamente hacia la última parte del andén, cuando llegamos hasta lo último, él se detuvo conmigo y simplemente Jesús miraba al frente, yo lo miraba con una gran alegría, pues en verdad era como un milagro que él estuviera frente a mí, tomándome de la mano. 

Cuando pensaba acerca de la felicidad que me daba el estar a lado de Cristo, llegó el Metro, se detuvo y justo enfrente de nosotros estaba el último vagón, cuando las puertas se abrieron Jesús me hizo dar un paso al frente y me soltó de la mano, lo cual me hizo pensar que él quería que yo entrara ahí, así que lo hice y de inmediato se cerraron las puertas, dejando a Jesús afuera y mirándome... Entonces se acabó mi sueño.

Cuando desperté sentí un gran alivio, como si mi duda acerca de lo que me estaba pasando se hubiera esclarecido, ese sueño realmente había sido la señal que por tantos días le había pedido a Dios, él había prestado atención a mis súplicas y ahora me daba la respuesta a mi duda, le agradecí que me hubiera demostrado que debía ir al último vagón del Metro para saber por qué sentía de pronto un gran interés por mirar y sentir a los otros niños.

Me decidí entonces llevar a cabo un plan, el de ir al último vagón, por lo que al día siguiente, cuando terminaron las clases, me dirigí al Metro y caminé hasta el último vagón del mismo, estaba ansioso por ver lo que pasaría en cuanto entrara al vagón, y justamente pensé esto cuando llegó el Metro a la estación. Cuando se abrieron las puertas y entré, de inmediato volteé a ver a la gente para encontrar mi respuesta, pero no vi más que puros hombres ahí, sólo alguna que otra mujer; como no vi nada, decidí ir a la puerta contraria para poder ver todo con comodidad, así el Metro cerró las puertas y avanzó.

El viaje continuó, las estaciones pasaban una tras otra, todavía no encontraba la respuesta que buscaba, estábamos llegando a la estación Morelos, en donde había estado en mi sueño con Jesús; las puertas se abrieron y comenzó a subir la gente, observé muy bien a las personas que estaban subiendo, seguían siendo hombres, y hasta el final de todos venían dos muchachos agarrados de las manos, ellos se detuvieron en medio del pasillo y ahí empezaron a hablar muy de cerca mientras seguían agarrados de las manos; no podía dejar de verlos, era algo muy sorprendente para mí, era extraño y a la vez me resultaba lindo verlos tan juntos.

El Metro empezó a avanzar una vez más, en poco tiempo llegamos a la estación San Lázaro, en donde se llenó por completo el vagón, todos íbamos apretados, lo que me impidió ver a los dos hombres que una estación antes se habían subido agarrados de las manos; empecé entonces a ver a los demás hombres que venían a mi lado, a todos ellos los notaba un poco diferentes a los que veía normalmente, esos peinados eran un tanto extraños, sin embargo, lo más increíble era que ellos también se estaban viendo los unos a los otros.

Entre que yo seguía observando a mi alrededor, me percaté que otros hombres que estaban enfrente de mí se estaban mirando seguidamente  y que uno de ellos le había sonreído y guiñado al otro, mientras que el otro simplemente lo miraba con una gran sonrisa. Ambos estaban haciendo esto durante todo el viaje, cuando llegamos a la estación Romero Rubio, los dos se bajaron al mismo tiempo y observé que se quedaron hablando justo enfrente de la puerta, por más que traté de oír lo que decían, no lo lograba, pues el ruido del exterior me lo impedía por completo; cuando por fin avanzó el vagón, alcancé a ver cómo los dos se agarraron de las manos y se fueron caminando.

Mientras continuábamos el trayecto rumbo a la estación Oceanía, empecé a pensar y a deducir por qué Jesús se había aparecido en mi sueño y me había indicado que tenía que ir al último vagón del Metro, porque ahí me daría cuenta que me gustan los hombres, que me gusta ver sus cuerpos, sus expresiones, que me encanta la idea de ver a dos hombres besándose y tomándose de las manos, y, lo más importante, que yo ahí encontraría a la persona que también hiciera eso conmigo para reafirmar este gusto mío, en verdad el milagro de Cristo me había esclarecido todo ahora.

Cuando llegamos a la estación Ocenía y nuevas personas subieron al vagón, noté que un tipo de unos 25 años, en cuanto se subió, me miró de los pies a la cabeza, yo lo miraba también y de pronto él me sonrió, cuando lo hizo no sabía qué hacer, me sentía muy nervioso por la forma en que tenía que responderle a esa sonrisa, pensé que si este tipo era esa persona en que había pensado anteriormente, era algo grande para mí, pero deduje que si Dios lo había confrontado conmigo era por algo, así que terminé por sonreírle también.

El Metro continuaba su camino, el tipo ese no me dejaba de mirar, yo a veces lo volteaba a ver y él otra vez me sonreía y hasta me guiñaba, yo simplemente respondía con otra sonrisa, pues no me atrevía a guiñarle, no sabía cómo hacerlo con carisma, en verdad estaba muy nervioso por este primer encuentro. De pronto ya estábamos en la estación Deportivo Oceanía, una estación antes de donde yo me bajo, deduje que el tipo se bajaría conmigo en la siguiente parada tal y como había sucedido con los dos hombres que se bajaron en Romero Rubio; esta idea me ponía nervioso y empecé a temblar un poco, no sabía qué me diría él y qué le respondería yo, pero la idea de encontrar a un hombre especial, que me hiciera ver que me quería, sobrepasaba ese miedo. Cuando llegamos a la siguiente estación, Bosque de Aragón, me bajé del vagón y noté que él también lo había hecho.

En cuanto salí comencé a caminar y de inmediato el otro hombre también lo hizo hasta que llegó a mi lado, ahí me preguntó:

-¿Cómo te llamas?

-Gabriel-Le respondí muy tímido.

-¿A dónde vas Gabriel?-Preguntó con mayor interés.

-A mi casa.

-Vaya, muy bien; oye, ¿y estarás solo?-Me sonrió.

Cuando me preguntó eso no sabía por qué lo había hecho, no sabía en que consistía en que yo estuviera solo o no en casa, sin reflexionarlo más, le respondí:

-Sí, estaré solo.

-Qué bien, ¿no te gustaría invitarme?-Volvió a sonreír, esta vez demostrando más felicidad.

¿Invitarlo a casa, para qué?, ¿qué haríamos los dos ahí solos?, ¿acaso esto sería muy importante para tener a alguien a mi lado?; cuando le iba a preguntar para qué iríamos a mi casa, sonó su celular y me dijo que esperara un momento, él entonces se apartó un poco.

Se alejó y mis dudas crecían más, mi corazón no dejaba de latir y mi cuerpo temblaba frágilmente, sentí cómo una gota de sudor frío caía de mi cabeza, tenía mucho miedo de lo que pasaría, así que volteé a ver el techo del Metro y le pedí a Dios que me ayudara en este momento tan difícil; de pronto vi cómo se estaba distorsionando la forma del techo y a lo lejos una figura borrosa se asomó por ahí, la figura bajaba lentamente hacía mí, y en cuanto más se acercaba más tomaba forma. Finalmente se posó frente a mí y resultó ser la Virgen María, no podía creerlo, ¿acaso esto era otro sueño más?; de pronto ella hizo una señal de que guardara silencio y me dijo:


Niño mío, de nuestro señor
y de mi hijo devoto;
hoy por fin descubres
quién eres tú y qué es
lo que tu corazón
y tú sentir quieres.

Yo sé que sabes quién soy,
la Virgen María
madre de Cristo,
aquel que por todos
murió por nuestros pecados.

Sé quién eres tú,
Gabriel, fiel creyente
de Dios omnipotente.
Tú eres un muchacho listo
y muy honroso de todo.

Conozco tu caso,
gustoso eres de los hombres,
sé que sus cuerpos,
así como sus sentimientos,
a ti te han cautivado.

Eso es lo que sientes hijo mío,
y nosotros no te culpamos por esto;
es por eso que respondimos a tu rezo,
el cual demandaba una señal
para a tu duda aclarar.

Jesús piadoso
en sueños te guió
al último vagón
para que así supieras,
y también vieras,
que tú a los hombres
estás destinado a amar.

Mas no toda señal
tiene que ser tomada
ni llevada como tal.

Este hombre de enfrente
lo único que quiere es dañarte
y no quererte realmente.
Tú no eres como él Gabriel,
por eso ahora debes alejarte.

El sueño que tuviste sólo te llevó
a ver lo que eres y sientes en verdad;
pero no fuerces al destino,
Dios sabrá en qué momento
un amor llegará a tu corazón.

Así habló María y de pronto desapareció de enfrente, entonces el hombre terminó de hablar por teléfono, regresó a mí, me volvió a preguntar que si lo invitaba a mi casa, y yo ya había tomado mi decisión, la cual era seguir amando a Dios.



Estación del Metro Morelos/Ciudad de México

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