México
¿Cómo
escapar de esos balazos que vuelan por todo el aire?, ¿cómo ignorar el temor
que nace por ver a toda esta multitud espantada?, ¿cómo tener la esperanza de
vivir, si a mi lado personas caen muertas? Sinceramente, todavía no lo supero,
no logro entender que de un momento de lucha, hayamos pasado a esta masacre, a
esta muerte.
Tan cerca estuve de esa señal, aquellas
luces marcaron el inicio de esta trampa. Desde ese momento no he dejado de
correr, de huir cual rata, cual maleante que es perseguido por un crimen. No,
es más, creo que ni a los mismos asesinos los persiguen de esta forma.
Creía que la justicia no existía en este
país, pero nunca creí vivir ese pensamiento, y de manera tan cruel. El
atrincheramiento es un éxito, el ejército nos tiene rodeados, no hay salida.
Puedes correr y esconderte, pero tarde o temprano ellos te encontrarán, las
balas te alcanzarán, y entonces, formarás parte de todos esos cuerpos que yacen
en el suelo.
La única salida es conocer a alguien de
aquí, que alguien de los que vive en este lugar se apiade y te refugie en su
hogar. Soy muy afortunado por contar con alguien que espera por mí en uno de
estos edificios. Justamente ella me advirtió que no viniera, que olvidara la
causa, pues todo andaba tan peligroso como para seguir luchando contra el
gobierno; pero yo desistí, no podía abandonar a mi país, quería salvar a esta
nación de este gobierno corrupto y opresor.
Lo peor de todo es que las Olimpiadas se
acercaban, y todos los medios sólo se
centraban en esa noticia, sin tratar el tema de nuestra lucha; ¿de qué servía
tener un magno evento?, ¿sólo para vanagloriar a México?, ¿tanto dinero
invertido en esos juegos?, ¿y la gente pobre, y la salud, la educación, el
campo?, ¿todos aquellos que no viven en la capital?, ¿su vida seguiría siendo
mísera?
La lucha se intensificaba, pero nuestra
muerte también, y hoy la vivo, tan cerca siento el fin de mi vida. Pero yo sé
que esa persona me espera, me dijo que ante el peligro estaría en la puerta de
su apartamento; es por eso que voy hacia allá, hacia su casa.
Ella me ama, y yo a ella; este valor que
sentía estaba inspirado en su dulce persona; mágica y perfecta personalidad que
hay en su ser. Mi amada es todo para mí, por ella vivo, y tenerla en mis brazos
es lo único que deseo ahora.
Pero a veces dudo de volver a tenerla a mi
lado, pues los balazos se intensifican, los gritos no cesan, el olor a sangre y
muerte se expande por el viento. Hay estampidas por todo el lugar; yo, al igual
que mis compañeros, no me detengo, aunque ya me he cansado de huir. Mis pies ya
no pueden más, pero sé que si paro un segundo, las balas me alcanzarán.
Veo rostros con terror, desfigurados por el
miedo, gente que muere a mi lado y ya no corre más. No creo lograrlo, veo al
cielo y no hay estrellas, hay más balazos, ventanas de los edificios que se
rompen por tales impactos. No, no podré, tengo que esconderme y descansar un
poco. Por suerte un compañero con vendaje blanco en la mano nos llama a todos
para ocultarnos. Lo mejor será ir con él.
II
Desde
lo alto de un edificio una bella joven se asoma por la ventana de la sala. Ella
ve a tanta gente correr, cuerpos que están en el suelo sin vida, sangre que se
derrama lentamente por el piso, balas que centellean al ser disparadas. El
infierno se ha encarnado bajo su vista.
La pobre siente dolor y gran preocupación,
su alma se agita y se abate, llora por su amor que se encuentra allí abajo.
Ella tiene la esperanza de que él siga vivo, que siga corriendo por su vida,
luchando. El espíritu de la joven se desmalla al pensar en la posibilidad de
que su amor yace herido o sin vida allí abajo.
- Madre, - exclama la joven - ¿cree usted
que él siga ahí con vida?, ¿Qué llegará pronto?
- Esperemos que sí, hija. Él llegará, ya lo
verás.
- Lo amo, y no quiero imaginar nada malo.
No puedo creer que esto esté pasando. Pensé que era peligroso, pero nunca a
estas alturas.
Ambas mujeres esperan con suma preocupación
al joven, que se encuentra descansando con sus compañeros.
III
-
¡Muy bien idiotas, quiero que todos se vayan a la pared y se mantengan ahí sin
moverse! – grita con amenaza el que tenía el pañuelo blanco entre sus manos.
- ¡Este hijo de la chingada es uno de
ellos, es un militar! – grita con coraje uno de mis compañeros.
- ¡Cállate! – el militar le dispara en la
cabeza -; si no quieren terminar como éste, hagan lo que les digo.
No, no moriré, tengo que llegar con mi
novia, y así lo haré. Al ver que todos siguen la orden del hombre, yo hago como
que me acerco a la pared con ellos; pero en un instante en que unos compañeros
se opusieron a lo que el sujeto pidió, aprovecho para escapar. Empecé a correr
lo más que pude, pero una bala alcanzó a darme en la rodilla, por lo que me
detuve un momento, pero al ver que el que me había disparado fue ese militar
del pañuelo blanco, decidí volver a correr, sin importar el dolor.
- No se me escapará – enojado, dijo el
militar.
No miraba hacia atrás, seguía mi camino con
el único objetivo de llegar a la casa de mi amada. Estaba ya muy cerca. Con
dolor, ignoraba a todos esos compañeros que agonizaban y me pedían ayuda para
poder levantarse. No podía ayudarlos, sabía que otros soldados seguro venían tras
de mí para atraparme.
Llegué por fin al edificio donde ella vive,
subí lo más rápido que pude las escaleras, puesto que los elevadores no
servían. Mis latidos incrementaban por cada escalón, mis deseos por verla también
crecían. La quería abrazar, besar, decirle que la amo, despreocuparla. Ya tan
sólo me faltaba un piso para llegar a su departamento.
Corrí con todas las fuerzas que me
quedaban, pero mi rodilla me ardía y la sangre escurría; sin embargo, nada de eso
importaba, pues al fin ya estaba con ella. Había llegado a sus brazos.
- ¡Mi amor! – exclamó de inmediato ella,
quien me esperaba a la entrada de su departamento.
- ¡Estás aquí!, ¡lo sabía! – me entregué a
sus brazos.
- ¡Estás herido!, hay mucha sangre en tu
rodilla.
- Eso no importa, por fin estoy contigo. Te
amo, nunca quiero separarme de ti.
Los dos nos unimos en un fuerte abrazo,
sentimos nuestra preocupación, nuestro alivio, nuestro amor. Nos acariciamos,
nuestros cuerpos temblaban; nuestros corazones nos pedían un beso, el cual, sin
pensarlo, nos lo dimos.
- ¡Entren ya! – gritó su madre desde
adentro del departamento.
Ambos nos dejamos de besar, pero nuestro
abrazo seguía. Ella y yo nos mirábamos fijamente, como para olvidar el peligro
que había pasado. Ella lentamente comenzó a quitar sus manos de mí, y yo hice
lo mismo; cuando, de pronto, un gran balazo se escuchó justo atrás de nosotros.
Una bala se impactó en mi espalda y cruzó hasta el estómago de mi amada.
Los dos nos miramos congelados, sin saber
qué expresar. Tan sólo se oían los gritos de horror de su mamá, quien al tiempo
también recibió un balazo, pero en la cabeza.
Mi novia y yo caímos al suelo, separados y
con la sangre que hacía huir la vida de nuestros cuerpos. Los dos cerramos los
ojos, nuestras manos estaban juntas.
- Te dije que no te me escaparías – dijo aquel
militar del pañuelo blanco, quien, antes de irse, pateó nuestros cuerpos.
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