martes, 23 de abril de 2019

Las venas de la muerte


Las venas de la muerte
Las venas de la muerte se alargan,
raíces de metal bruñidas al sol,
con sangre oxidada ya amargan
el suelo derretido en su crisol.
Serpientes de altura que embargan
el verde corazón, pobre farol
de vida y luz en esta gran ciudad
que come todo ser sin saciedad.

Arriba, la eterna sinfonía
de ruido melancólico de carros,
de calles, de personas en la vía,
sin tiempo, sin espacio de suspiros
con que se frene la algarabía
en la que sin descanso existimos.
Mas ellos, los titanes de cemento,
jamás se inmutan en tal tormento.

Tan sólo nos observan en silencio,
tarántulas de ojos cristalinos.
Se yerguen en victoria de comercio
y nos duermen con dosis de anhelos.
Con gran gloria ocupan el espacio
y rodean sin tregua los deseos
de ver campos y flores donde sea
y del cielo gozar una marea.

De noche los murciélagos con ojos
muy rojos a un andar lento nos ven.
Entonces los emporïos metálicos
sus luces espectrales al fin prenden
y somos barras de neón, eternos
atados a las máquinas que comen
el día sin ninguna complicación,
haciéndonos al son de su función.

Las venas de la muerte se expanden
uniendo nuestra mente con los cables
de la modernidad, con que absorben
sonrisas y nos vuelven tan servibles
en esta red sin vida donde venden
la voz de todos por un ser viable
al ritmo del mañana y olvide
que al lado hay un mundo que pïerde.



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