miércoles, 23 de enero de 2013

Lo que el dinero no da



Esto que te he de contar aconteció en un día en el que el Sol, con su cabellera de resplandeciente encanto, entró en mi ventana sin anuncio alguno. Había estado realmente inspirado en estos últimos días, esto por haber sido testigo de un nuevo amorío entre un chico que solía jugar fútbol todos los días y otro que había estado triste por alguna extraña razón; sin duda alguna ver esto fue un acto lindo y motivador para la vida.

En fin, que gracias a esta inspiración ahora es mi turno para contar lo que aconteció a un hombre, de nombre Aldo, de la familia Slam, cuyo padre, de la nada, había sacado tanto dinero como nadie se hubiera imaginado, que si el poeta que existió siglos atrás hubiera visto la riqueza en la que vivía tal familia, con justa razón sería poderoso y entonces lo caballero corto quedaría.

Aldo era hijo único, siempre lo tuvo todo y vivía en un paraíso terrenal del cual Dios desearía bajar para probar un poco de ello, de esos lujos que Aldo tenía. Su padre, a pesar de ser en extremo codicioso y ambicioso, no quería que nadie sospechara del increíble dinero que ganaba, es por ello que, para que nadie supiera de su origen, compró una casa en una zona más o menos rica, en donde pasaban bien desapercibidos ambos, que si yo sé y cuento éste suceso de la familia Slam, es porque en poco tiempo la vida perderé.

¿Quién no quisiera tener el dinero de Aldo?, la vida vivía bien, mejor que la de un político. Él y su padre, indudablemente, eran los más ricos de toda la colonia en donde vivían, eran en extremo felices ambos. Aldo, quien no deseaba trabajar, pero que solía ir a las plazas comerciales para ver qué se compraba, caminaba a diario por la avenida que estaba cerca de su casa, en la cual, todos los días veía a una señora con su hijo; el niño siempre llevaba el uniforme de la primaria que estaba en la colonia, y la señora trabajaba vendiendo dulces en la avenida, desde la mañana hasta la noche.

El niño siempre estaba haciendo la tarea junto a su madre, sin padre, sin mesa, sin computadora ni ninguna otra herramienta, toda su vida dependía del trabajo de su madre, es decir, de vender golosinas en la avenida. En cambio, Aldo, quien ni de comida se preocupaba, y, en cambio, sí lo hacía por el nuevo Iphone, veía siempre con desdén a esta familia, a cada que pasaba los miraba con asco y hasta se reía de ellos, decía: “¿Por qué no intentan tener un trabajo más digno?”.

Así fue como pasaron los años, con la misma señora de los dulces de la avenida, su hijo cada vez creciendo más, el mismo Aldo, pero ya no el mismo padre poderoso, pues el señor había muerto de una forma cruel e infame (32 balazos en el cuerpo y cortada la cabeza); fue entonces que Aldo perdió todo el dinero de su padre, sus coches, sus posesiones, muchos de sus muebles; todo, excepto la casa, que era en donde vivía todavía Aldo, ya sin su padre, ya huérfano pero con 30 años de edad.

Cuando Aldo quedó sin su padre, todo su mundo se le derrumbó, pues ya no había dinero, ni lujos, ni carros, todo estaba arruinado, terminado, su vida era peor que un caos, su existencia era como el trueno fuerte que se siente cuando te das cuenta de que para el mundo eres nadie. En fin, que Aldo no salió por varios días de su casa, la muerte de su padre era todo un trauma, tenía miedo, mucho miedo, no entendía por qué habían asesinado a su padre de esa manera.

Fueron semanas las que pasó sin contacto alguno, la casa estaba descuidada por dentro y por fuera, estaba lúgubre, sin vida, él estaba más delgado, demacrado y sucio. Aunque tenía un buen dinero ahorrado, le era ahora inservible y aún más sin valor cuando su padre ya no estaba con él.

Enclaustrado de esa forma, él comenzaba a morir de hambre, tenía que comer algo, pues aunque deseara la muerte, había algo en su interior que no lo dejaba irse tan pronto. Fue entonces que recordó a la señora de la avenida, quien, aunque no vendía comida como tal, vendía algo que por lo menos mantuviera satisfecho el estómago de Aldo.

Él entonces se dirigió sin emoción alguna con la señora, finalmente llegó con ella. El hijo de la señora, a través de todos estos años, ya se encontraba estudiando en la secundaria; sin embargo, la señora ya se veía muy cansada de trabajar, incluso se veía muy hambrienta, al igual que su hijo. Hasta ese momento, Aldo había hecho algo que antes no hubiera realizado, y era que se detuvo un segundo a observar detenidamente en qué condiciones vivía la mujer.

Cuando él recibió lo que compró, se dio la vuelta y caminó lentamente y con un gesto en su cara que demostraba su impacto y sorpresa al ver la imagen de la señora, quien estaba acabada, sin sonrisa alguna y con semblante de preocupación, así como su hijo, quien estaba a su lado hambriento pero haciendo la tarea. Esta imagen simplemente fue como un balazo para él.

Cuando llegó a su casa, Aldo tiró lo que se había comprado, empezó a gritar y a aventar al suelo todo lo que se encontraba a su paso, él entonces comenzó a llorar al tiempo que se arrodillaba en el suelo, rodeado de todos los trozos de objetos que en el piso estaban. No dejaba de llorar, sentía dolor, mucho dolor, combinado de nostalgia y remordimiento. Su padre, su vida, la señora, su hijo, sus existencias… ¿Qué debía de hacer él?

Una mañana, cuando la luz del Sol tocó su cara, los ojos de Aldo de inmediato se abrieron, sin sentir esa pesadez matutina de cuando uno despierta, no, él simplemente recibió la luz del Sol en sus pupilas y se levantó de la cama. De pronto pensó en la señora de la avenida y decidió, sin razonarlo, ir con ella. Para eso se bañó, se rasuró, se vistió con la poca ropa decente que aún le quedaba, esto para acercase sin ninguna sospecha a la mujer.

Él llegó, y para su fortuna, el hijo de la señora no estaba ahí, pues seguía en la escuela. Entonces, cuando la señora le iba a entregar lo que según él había comprado, Aldo le preguntó:

-Disculpe, si no es imprudencia, ¿me podría decir en qué año escolar está su hijo?-Preguntó Aldo.

La mujer lo miró extrañada, entonces contestó:

-Él va en tercero de secundaria.

-Entiendo, poco para entrar a la preparatoria-Expresó feliz Aldo.

-No señor, me duele decirlo, pero creo que mi Cristóbal no entrará a la preparatoria, porque no podré cubrir los gastos de ese nivel, pues si apenas y comemos una vez al día, ¿cómo voy a poder darle lo que necesita cuando entre a la preparatoria?-La señora entonces comenzó a llorar-, me duele, en verdad me duele porque él, como nadie, quiere estudiar y llegar muy lejos.
Cuando estamos en la noche abrazados me dice lo tanto que desea ser químico, que quiere ser un gran científico y nunca dejar de inventar cosas. Yo sólo le digo que lo logrará, pero la verdad, es que ni en sueños podría mantener una carrera como esa-Ella entonces se llevó su mandil a la cara, se limpió las lágrimas y muy apenada le dijo a Aldo-; perdone usted, me puse muy sentimental, disculpe si le hice pasar una vergüenza.

Aldo, con los ojos bien abiertos, el corazón latiendo, a punto de llorar también, y con una brisa de sentimiento, respondió:

-No, no me apena en nada señora, y no se sienta mal; mire, le voy a pedir un favor, cuando yo me vaya espere unos minutos para entrar en la calle por donde yo entraré, y espéreme en medio de ella, sin moverse, hágalo por favor.

Cuando Aldo dijo esto y se alejó, la señora se quedó extrañada y aún dudó de si hacer lo que él le había propuesto. Ella no sabía qué hacer, pensó en simplemente ignorar la propuesta del hombre, pero decidió arriesgarse, al fin que era de día y no estaba lejos el lugar.

La mujer se acercó cautelosamente al punto de encuentro, tenía miedo pero a la vez estaba intrigada por saber lo que quería Aldo. Ella llegó al lugar y esperó unos segundos para que Aldo llegara con una maleta negra en la mano. Él se acercó con ella y le dijo:

-Señora, sonará raro e incluso asunto de desconfianza, pero todo lo que le diré es verdad-Él abrió un poco la maleta que traía, en ella se alcanzaban a ver muchos billetes de gran cantidad-, éste dinero es mío, pero ya no lo necesito, yo en realidad ya tuve y tengo lo que deseo, y por eso quiero que este dinero, que a lo mejor no es mucho, lo utilice usted para los estudios de su hijo, para que vivan bien, es más, si gusta podemos abrir una cuenta para que no lo exponga. Mire, sé que esto es extraño y puede pensar lo peor de mí, pero yo soy el hijo del señor Slam, quien hace poco murió, seguro lo conoce...

-Sí, oí de su muerte-Contestó ella de inmediato.

-Yo le aseguro que éste dinero no tiene nada de sucio, por favor, acéptelo, que yo quiero que usted y su hijo vivan mejor, y que su niño llegue a ser lo que quiere. Tal vez el dinero no dure para siempre, pero la esperanza y la alegría de los sueños sí. Por favor, acéptelo.-Continuó insistentemente Aldo explicando.

La mujer se llevó la mano a la boca, no podía creer esto, era algo que parecía un sueño, el futuro de su hijo y de ella estaba a un paso de cambiar, su esfuerzo y deseo por ver a su hijo feliz, y siendo lo que quería ser, la llevaron a estar a punto de llorar; en ese momento su hijo la encontró ahí con Aldo.

-¿Mamá, qué haces con éste señor?-Preguntó su hijo extrañado.

Con los ojos rojos por querer llorar, y con una voz a punto de ceder al llanto, la señora respondió:

-Hablamos del increíble químico que serás en el futuro…

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