viernes, 2 de diciembre de 2011

El viaje


Nos conocimos por Guelatao,
y tú eras mi Rosario
que me daba luz, como alguna vez se dio en Mixiuhca,
y además eras mi más grande y preciado Talismán.

Cuando llegaste a Villa de Aragón
reinaste para mí como Eugenia reino en España,
y no podía creer la Revolución que lograste hacer,
así como la forma en que floreciste, como las plantas florecen en el Bosque de Aragón.

Siempre la Terminal Aérea
era como nuestros Viveros,
pues plantábamos una División del Norte,
la cual era nuestra Universidad,
donde como Potreros
domábamos tal cual lo hizo Guerrero,
y éramos a la vez tan jóvenes como los Niños Héroes.

Sentía en tu corazón una Impulsora
que me llegaba su impacto como los golpes de los boxeadores de Tepito,
pues con este puñetazo provocabas sonidos tan bellos como los de Garibaldi,
que nos hacían nadar en la Lagunilla
y pensar como los grandes de Buenavista.

Nuestro amor era como las Bellas Artes
donde en un Salto del Agua
tú me hacías sentir como los Doctores,
y como aquellos de la UAM;
que con sus conocimientos fácilmente forman Cuatro Caminos,
pues tú y yo fácilmente también brillábamos como la luna de Tasqueña,
y hasta en los oscuros Panteones
sabíamos juntos dar la cara como la dio Hidalgo en su respectivo pasado.

Construimos juntos un Centro Médico
el cual era como un Hospital General,
(el cual es similar al que necesitan muchas personas que están más allá de Indios Verdes),
pues me hacías ver que como Zapata
defendías a La Raza.

Me enamoraban tus Misterios
sin embargo, me gustaba más cuando el Politécnico que llevabas dentro
no hacía diferencias entre los nuestros y los que viven por Polanco.

Vamos amor, volvamos a recorrer el cielo de San Antonio,
abarquemos aquella Barranca del Muerto
donde vidas y muertes se vistieron de Patriotismo
y no temieron a los inmensos retos de conseguir La Paz.

Recuerdo cuando me motivabas como a los niños con la llegada de Los Reyes
y yo trataba de tener toda mi paciencia Obrera,
pues, aunque los celos se asomaban como el Escuadrón 201,
yo cancelaba el porvenir de una guerra en nuestro Zócalo
para estar en nuestro país Normal.

También pasábamos por todos los Portales
y nos dábamos cuenta que nuestras noches tristes de Popótla
nos hacían como Tlatelolco:
Que con historias tristes aprendíamos como Moctezuma,
y estábamos siempre con el alma fuerte y con carácter de victoria como Zaragoza.

Yo nunca me aburría a tu lado, pues me sentía en un viaje por Sevilla,
navegando en un barco que buscaba tierras nuevas, como el de Isabel la Católica,
y que como la Constitución de 1917
me hacías regir nuevas cosas en mi Velódromo
donde las ideas corrían, patinaban, jugaban, como en Ciudad Deportiva.

Y después todo se convirtió en nuestra sagrada Basílica,
porque el recinto de nuestros grandes momentos, era nuestro Auditorio
donde solos estábamos y solos visitábamos nuestros caminos de Pantitlán.

Así pues yo te buscaba como se busca a Dios o a Cuitlahuac,
y es que el Viaducto de nuestras vidas
era tan extenso, que ni a veces el mismo San Antonio Abad
nos podía poner juntos en la Villa de Cortés,
o dibujarnos en el mapa de Ecatepec.

Yo te veía a ti como al Cerro de la Estrella:
donde se escuchan los cascabeles de Coyuya,
donde nos perdíamos más allá de Ciudad Azteca,
o donde los de Iztapalapa muestran sus costumbres
y nos hacían volar como las mariposas vuelan en Juanacatlán.

Era toda una historia que se vivía cómo en Chapultepec.
Y no me importaba estar en la Merced,
en el Boulevard Puerto Aéreo
o en Lindavista;
pues donde estuviera contigo, me sentía en todas direcciones como la rosa de Norte 45.

Sabía también que podíamos cuidarnos como Miguel Ángel de Quevedo,
o como Valle Gómez,
que cuidaban su gran sembradío, así como el de San Antonio de los Pinos.

¡Quería brincar en el Deportivo 18 de Marzo
y gritarle al Dios Mixcoatl que nos teníamos,
y nos amábamos como Lázaro Cárdenas amaba al país!
¡Y que por ti arriesgaba todo, como lo hizo Aquiles de Serdán!
¡Y daba más como Allende lo dio en el campo de batalla!

Nuestra historia era una guerra, era imperio, era cómo el dragón de Copilco,
que se fusiona con el mar y que fluye como el Canal de Norte.

Y sé que a veces tú me odiabas, te pido perdón, pero te juro, luchaba como los Insurgentes,
porque quería volar contigo, quería descender como Cuauhtémoc,
y saber lo que era vivir en Olímpica,
y construir un barco como el de Río de los Remedios,
en el cual podríamos llegar a la ciencia de un Observatorio
y analizar cada nube que pasaba por Vallejo.

No necesitaba tomarte como trofeo ni guardarte en los Hangares de mi corazón,
sólo necesitaba que como aquel Peñón Viejo
nos cargáramos de sabiduría, y fuéramos amables como Santa Marta,
para que el maíz que se expresa en Agrícola Oriental
siempre estuviera presente como nuestra patria, que va desde un Colegio Militar
hasta un Chabacano, el cual nos comíamos los dos a besos.

Sentía la lluvia de tu llegada, sentía el Apatlaco,
el Atlalilco, el Aculco, sentía toda tu presencia en el agua;
y como en Santa Anita el hombre lleva su balsa,
o en el Canal de San Juan se ve una canoa azteca,
yo quería que me llevaras de la misma forma por tu frescura,
y así poder llegar hasta una Refinería,
dónde imaginaríamos un caminar por el frágil jardín Balbuena
y terminaríamos hablando de mentes admirables como la de Gómez Farías,
aunque diera más honor ser constantes como las hormigas de Azcapotzalco.

Éramos un tesoro de Iztacalco.
Fuimos algo inexplicable, éramos como el lobo de Coyoacán,
que guarda el misterioso ojo del agua.

Y entre las profundidades de Etiopía,
buscábamos el sabor de la Jamaica,
y la exquisitez de Puebla.

También puede que no podíamos salir como los normales que se pasean por Plaza Aragón,
pero si podíamos soñar juntos con Nezahualcóyotl,
con Martin Carrera, con muchos personajes de la historia del país,
y también lográbamos ser Constituyentes de un nuevo porvenir.

En Tacubaya yo te sembraba,
en Tacuba tú me veías reencarnar,
y como los mariscos, que se dice, existieron en Camarones,
yo sentía el sabor de tu piel como Tezozomoc sintió la tierra;
y como el Instituto del Petróleo, me hacías crear momentos de gran gloria.

Desde avenidas tan grandes como la de San Joaquín,
y monumentos sorprendentes como los de San Cosme,
yo te podía ver como a la enorme palmera de Xola,
y recordar nuestros viajes a templos como el de Ermita;
o el cómo navegábamos en canoas como la de Nativitas,
y éramos bien recordados como el General Anaya.

He cierto, pasamos a la historia como la estación Balderas,
y a la vez, corríamos como las pequeñas ardillas de Aragón.
También construimos y visualizamos como Eduardo Molina,
y en Autobuses del Norte, tenía la ilusión de poder verte afuera de mi escuela,
como alguna vez lo lograste en nuestro recuerdo del Deportivo Oceanía.

Te veía en Acatitla comiendo en la naturaleza,
bebiendo en jarros como los de Tepalcates,
disfrutando en Chilpancingo,
y leyendo como en Pino Suárez.

De igual forma, era divertido cuando veíamos vacas en las nubes, como la de Ferrería,
y cuando justo en la Candelaria de tu mente
pasaba un bonito tren como el de San Lázaro
(que era tan enorme como lo que hay afuera de San Juan de Letrán),
con el cual podíamos llegar a abastecernos en un mercado de La Viga.

Muzquiz, Romero Rubio y Ricardo Flores Magón,
ellos comparten una línea,
así como tú y yo compartíamos una vida en Bondojito,
por donde hay recuerdos de mi niñez, y donde un Consulado
te esperaba para separarnos, como le pasó a Fray Servando.

Ahora yo te digo: Que al transbordar en cada momento de nuestra vida
elegimos cierto lugar de llegada para abandonar nuestro vagón de recuerdos,
en el cual viajábamos por túneles que iban de arriba hacia abajo,
cuando pensábamos en nosotros y en el extraño mundo que nos rodeaba.

Nos llenamos de gente en nuestro viaje,
vimos salir a otras personas que a veces no significan nada,
como a veces significan mucho, y nos dolía que se fueran,
pero cuando se trataba de nuestra búsqueda interna,
una estación de nuestra mente significaba mucho más que sólo llegar.

Cierto, ambos pasamos ausencias,
esperanzas.
Pasamos a la historia para muchos,
nos figurábamos como algo más,
y por eso nuestro amor
siempre estará plasmado como un mito particular.

Y en cada estación a donde vayamos
nos podremos ver dibujados,
y será entonces cuando podremos recordar cada viaje
de nuestro ya extinto romance.

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